sábado, agosto 02, 2008

Atavíos y ceremonial

El traje de humaredas y telarañas rotas que permite cruzar alguna vez
-aunque jamás indemne-
esas grietas que entreabren en los muros aquellos cuyo destierro está del otro lado;
el sombrero de ortigas insomnes para forzar los sueños hasta la pesadilla,
o el otro, como enjambre furioso, convocando las chispas del desvarío y de la fiebre;
los guantes de corteza y llaga viva que se contagian de todo cuanto rozan
y que palpan mejor el lecho de las ascuas donde se incuba el porvenir;
la capa de ráfaga emplumada para girar más rápido en la rueda de las metamorfosis
y dejarse aspirar por esas regiones al vacío donde se pierde el yo
y no se toca fondo en otro albergue y se confunde la salida;
y zapatos de hierba, de agujas, de hormiguero,
hechos para explorar todos los reinos y violar las fronteras.

¡Qué taller inaudito mi cabeza!
¡Qué vestuario de fábula en los camarines de las altas tensiones!
¡Qué frágiles envolturas para el juego perverso de la tentación y el desafío!
Yo me probaba vértigos, espejismos, asfixias,
agonías litúrgicas como ceremonias de adaptación al purgatorio;
bordaba encantamientos como túnicas santas;
me envolvía en visiones inconclusas,
en luces inquietantes para cegar a los guardianes de la fatua razón;
cubría con tantos velos de ausencia mi memoria que apenas si despertaba dentro de mi piel;
ensayaba travesías de exilio hacia otras almas perdidas en el bosque;
trataba de ser otros, de borrar las junturas de las separaciones
-sí, un solo tejido donde estuviera inscrito todo lo existente,
un infinito lienzo de Verónica para las trasudaciones de la sangre de Dios-.

A veces recogí algunos minúsculos trofeos:
vidriosos sedimentos como flores de escarcha que se deshacen debajo de la lengua,
espumas que se evaporan como polvo espectral entre los dedos,
centelleos de lumbre que nadie advertiría a pleno sol;
relicarios, en fin,
como esas piedrecitas que alejadas del mar olvidan su fulgor.

Conseguí apremiar las respuestas de las sombras hasta los balbuceos y el derrumbe.
Me avasalló la noche; me filtró entre sus dientes;
me adoptó como a su alimento de costumbre.
Se acabaron las pruebas sobre redes doradas y las exploraciones de leyenda.
No hay disfraces para cubrir la retirada y burlar las consignas.
Solamente el precario, desnudo tegumento sin costuras que me ciñe a los huesos,
que me vuelve de pronto del revés y me arrastra hacia adentro,
peldaño tras peldaño por la ciega escalera interminable definitivamente.

Estoy hecha con la misma sustancia del abismo
y oficio contra la nada mi caída en las inmóviles tinieblas.


Num. 17 de Mutaciones de la realidad (1979)

2 comentarios:

Ana dijo...

Hola,
Hoy por aquí.
Creo que puedes haber copiado mal algunas palabras, aunque no tengo cómo corroborarlo. Supongo que no debo aclarar, aunque lo hago por las dudas, que no es un reproche sino algún tipo de ayuda, si cabe. Demasiado con que hayas hecho este blog sobre Olga. Me avergüenzo en cierto modo de que aquí, en mi país, no hayan editado sus Obras Completas.
Pienso que debe ser "la salida" en vez de "la saluda", y
"las guardianas" o "los guardianes" de la "futura razón".
Tenía otra duda, pero ya me di cuenta, por el sentido, de que "burlas" las consignas, es correcto.
Buscaba otra vez algunos de los Cantos a Berenice, para copiar en otro blog, porque solicitan compartir poemas relacionados con gatos. Pero finalmente me quedé deambulando por otros poemas de Olga...
Un beso

Jorgewic dijo...

En efecto, querida mía, no sólo estaban mal esas tres palabras que indicas, sino también otras cinco más... Se conoce que ese día no andaba yo muy entonado con la cosa de la transcripción al ordenador ("corteza", "fatua", etc.). Por si acaso, voy a revisar también los poemas anteriores, no vaya a ser que estemos en las mismas. Gracias y un beso.