jueves, mayo 25, 2006

Cortejo hacia una sombra

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Lejos van nuestros gestos,
las palabras recién desamparadas,
la imagen de los cuerpos prisionera del aire,
a entretejer distantes otro tiempo con todo lo que acaso sobreviva a nuestra vida misma.
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De nosotros emigran las tristezas con sus alas nocturnas,
las dichas inasibles como un cálido vaho que levanta la tierra adormilada,
el triste resonar de las tardes cumplidas en odio o en amor
las viejas alegrías cuyo adiós demoramos lo mismo que las voces que los árboles huecos rememoran,
los cielos entreabiertos de las revelaciones,
el terror, las plegarias,
todo cuanto sostiene la ansiedad, la fatiga de no alcanzar jamás un memorable olvido.
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Desde lo más callado de nosotros emigran esos lentos cortejos
para poblar, lejanos, la inviolable comarca donde habita nuestro propio destino.
y donde cada paso se abisma en el clamor de otros pasos que fueron,
y luego se despide,
y retorna en la luz, pálidamente, a un débil despertar que sólo nos ayuda a salir de nosotros.
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Así llegan a veces esos días mentidos
de los que el corazón se aleja, soñoliento, ataviado de fieles pesadumbres,
porque antaño vivió sus mismas agonías;
y aún los increíbles
aquellos que recobran momentos tan efímeros,
tantos sueños dispersos,
tantas sombras que nunca se unieron en nosotros
y jamás llaman, perdidas, como alguien que despierta de pronto en otro reino.
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Ahora, cuando la juventud recorre como un río el semblante ligero de las horas dispuestas a partir:
¿quién reconocería el valor de una lágrima a lo lejos,
la inmensa resonancia de una noche cualquiera,
junto al gran resplandor en el que ardiendo bellamente se extinguen
tantas cosas que aquí soñamos para siempre todavía?
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Ahora, cuando yo me pregunto
en qué región nacida al conjuro del llanto o al llamado de la hierba apacible,
en qué lerdo sendero desvelado por ávidos ramajes o por el indolente redoblar de las lluvias,
en qué mirada ajena,
en qué ademán tan mío, melancólicamente apasionado,
encontraré ese tiempo al que cada llegada me condujo:
esa sombra de siempre,
la esperada.



Num. 22 de Desde lejos (1946)

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