sábado, mayo 27, 2006

El segundo libro, "Las muertes" (1952)


Seis años transcurrieron entre la publicación del primer y segundo libro de Olga Orozco, Las muertes (1952), que coincide con la muerte de su madre, una mujer culta e inteligente a la que siempre estuvo muy unida, como cuenta a J. Sefamí:
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"Lloré siempre la muerte de mi madre, desde que yo era muy chica. Inclusive, cuando tenia esa edad, la internaron para operarla de una hernia y yo dormía con un camisón de mamá, para poder sentir su perfume. Y lloraba todas las noches como si fuera a morir, y durante mucho tiempo yo me despertaba llorando por la posible muerte de mamá. Murió tantísimo después. Es como si toda la vida hubiera estado llorando la muerte de ella. No es porque mi madre no fuera un ser vital. Fue una muerte que no asimilé nunca."
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Entre medias, se había vuelto a casar (en 1949), aunque este segundo matrimonio tampoco duraría mucho (exactamente siete años). Por esta época, hacía comentarios sobre teatro clásico español y argentino en la Radio Municipal de Buenos Aires y formaba parte de un grupo de radioteatro; como actriz se la conocería durante muchos años como Mónica Videla, en un programa que tuvo cierto éxito entre 1947 y 1954. Trabajaba también en Radio Splendid, en el grupo de Nidia Reynal y Héctor Coire.
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Además de poesía, seguía haciendo traducciones del italiano y del francés (con el tiempo, serán famosas sus versiones de Vestir al desnudo, de Pirandello; La lección y las sillas, de Eugene Ionesco; La invasión de Arthur Adamov; y Becket o el honor de Dios, de Jean Anoulh) y también varias correcciones para algunas editoriales, al tiempo que empezaba a aumentar el número de colaboraciones periodísticas en revistas argentinas (Reseña, Reunión, Cabalgata, Correo Literario, Anales de Buenos Aires, A partir de cero, Papeles de Buenos Aires, Espiga, La Nación, Sur, Testigo) y del extranjero (Vuelta y Cuadernos Hispanoamericanos, principalmente).
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El libro Las muertes salió también en la Editorial Losada, con apenas 17 poemas. Son los siguientes: Las muertes (1), Gail Hightower (2), Carina (3), El extranjero (4), Christoph Detlev Brigge (5), Noica (6), Maldoror (7), Miss Havisham (8), Bartleby (9), ...Lievens (10), James Waitt (11), Andelsprutz (12), Carlos Fiana (13), Evangelina (14), La víspera del pródigo (15), El pródigo (16 ) y Olga Orozco (17). Como puede comprobarse ya por sus títulos, es una recopilación de lecturas elegíacas, un pequeño catálogo de personajes literarios cercanos a Olga, con el denominador común de su peculiar relación con la muerte (y la locura, en cierto modo). Al final del libro, como una pequeña broma seria de Olga, el poema que, con el tiempo, se ha convertido seguramente en el más famoso de su producción.
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”Esos personajes de novela que yo elegí como mitológicos eran seres que habían cumplido con una vida perfecta. Cuando digo perfecta, me refiero a su ética o al hecho de haber tenido un inicio, un desarrollo y un final que hace de ellos seres intocables a los que ya no se les puede agregar nada más. Eso me inducía a verlos como mitos modernos: personajes, casi todos, de novelas que tenían una vigencia notable. Hay algunas excepciones, como el poema donde hablo de mi propia muerte”.
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Mitos modernos que Olga Orozco ha tomado de sus lecturas de Rilke (Los cuadernos de Malte Laurids Brigge), Lautreamont (Los cantos de Maldoror), Crommelynck (Corina), Faulkner (Luz de Agosto), Dickens (Grandes ilusiones), Melville (Bartleby), Supervielle (La niña de alta mar), Conrad (El negro del Narcissus) y Dunsany (Cuentos de un soñador), entre otros. Y con los que ha intercambiado su propia identidad poética, en una suerte de transfiguración singularizada que le lleva a extraer del momento preciso de la muerte de cada uno de ellos la desnudez heróica de la universal desdicha: esos personajes son eternos y pervivirán, de esa forma, en la memoria de todos mientras su destino siga siendo “perfecto”, coherente consigo mismo. Como dice el primer poema, “muertos que no blanqueará la lluvia”, fantasmas y cenizas de criaturas poseídas por el amor y el deseo, la locura y la muerte.
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El último de los poemas es un retrato de la propia Olga, de la asunción de su propia muerte. A la escritora le hacía gracia que, al igual que le ocurriera a Neruda con su famoso Poema 20, en los recitales siempre le pidieran que lo leyese, con reiteración:
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“Sí, me piden que lo repita constantemente. Yo, que no me sé de memoria ningún otro de mis poemas, he acabado por aprendérmelo a fuerza de tanto repetirlo. Además ha creado confusiones en algunos críticos por el hecho de decir que muero en el corazón de alguien. Tomado en un sentido literal, se han preguntado cómo se puede morir de atrás para adelante, cómo se puede morir al revés. La muerte no tiene revés, yo más bien lo que creo es que la muerte no tiene derecho, nunca”.
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Estructuralmente, Las muertes es un libro diferente a Desde lejos, más elaborado y enfático, si se quiere..., más intelectual. Estéticamente, en cambio, sigue la línea trazada por Olga Orozco en 1946: poesía de la identidad, personal y solitaria casi siempre, pero a la vez integrada en la verdad profunda de la existencia (la certeza de la desaparición corporal y... ¿espiritual?). Los temas se repiten en lo esencial (la muerte, las puertas, los sueños, el silencio...) y los versos siguen siendo libres y oraculares, el tono algo menos previsible, pero la intención igualmente certera. Lo que en algunos poemas del primer libro era una mera indagación de la realidad, una mitología si se quiere, se convierte ahora en todo un conjunto de textos orgánicamente completo, cerrado. Los personajes literarios reseñados se convierten en metáforas simbólicas de ciertos aspectos de la fatalidad humana (no sólo del hecho de morir, por supuesto), que, de esa forma, quedan salvadas, finalmente vivas en el tiempo definitivo (que es el que a Olga le importa). Lo ha expresado muy bien Edelweiss Sierra:
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"Tiempo de vivir y tiempo de morir es la consigna del destino terrestre, sostiene el mensaje de este poemario de cuidado rigor estilístico, con el que Olga Orozco dilata el horizonte isotópico de la muerte con nuevas redes metafórico-sintácticas y sus centros de gravedad semántica".
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Los personajes toman prestada de Olga su voz agónica y la convocan para que rinda cuentas por todos de su propia existencia. En Las muertes el trato intimista del poema nos afecta a todos, como en un camino de ida y vuelta, como apunta certeramente Edelweiss Sierra:
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"Estamos en presencia de una creadora que desde su yo lírico se instala en la multiplicidad de otras vidas y de otras muertes asumiéndolas por obra de la transmutación poética, que le permite volver a su yo intransferible para contemplarse morir cada día, testigo de sí misma, solidaria con la muerte de todos."
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No hace falta indicar que este libro, originalísimo como pocos en el panorama literario de nuestra época (sus únicos referentes cabría encontrarlos en la poesía funeraria de hace muchos siglos...; hoy en día, el género ya se ha perdido) situó a nuestra autora en un lugar destacado de las letras argentinas. Sin duda alguna, los seis años de espera habían merecido la pena, como podrán comprobar Vds. mismos en las entradas que siguen a ésta. Sigan leyendo.
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