sábado, febrero 17, 2007

Animal que respira

Aspirar y exhalar. Tal es la estratagema en esta mutua transfusión con todo el universo.
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Día y noche, como dos organismos esponjosos fijados a la pared de lo visible por este doble soplo de vaivén que sostiene en el aire las cosmogonías, nos expandemos y nos contraemos sin sentido aparente, el universo y yo. Lo absorbo hacia mi lado en el azul, lo exhalo en un depósito de brumas y lo vuelvo a aspirar. Me incorpora a su vez a la asamblea general, me expulsa luego a la intemperie ajena que es la mía, al filo del umbral, y me inhala de nuevo. Sobrevivimos juntos a la misma distancia, cuerpo a cuerpo, uno en favor del otro, uno a expensas del otro - algo más que testigos -, igual que en el asedio, igual que en ciertas plantas, igual que en el secreto, como en Adán y Dios.
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¿Quién pretende vencer? Bastaría un error para trocar las suertes por el planeo de una pluma en la vacía inmensidad. Mi orgullo está tan sólo en la evidencia del apego feroz, en mi costado impar - tan ínfimo y sin duda necesario- que crece en la medida de su pequeñez.
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Cumplo con mi papel. Conservo mi modesto lugar a manera de pólipo cautivo. Me empino a duras penas en alguna saliente para hallar un nivel de intercambio al ras del bajo vuelo, un punto donde ceda dignamente mi propia construcción.
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Más corta que mis ojos, más veloz que mis manos, más remota que el gesto de otra cara esta errónea nariz que me arranca de pronto de la lisa paciencia de la piel y me estampa en el mundo de los otros, siempre desconocida y extranjera.
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Y sin embargo me precede. Me encubre con aparente solidez, con intención de roca, y me expone a los vientos invasores a través de unas fosas precarias, vulnerables, apenas defendidas por la sospecha o el temblor.
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Y así, sin más, olfateando costumbres y peligros, pegada como un perro a los talones del futuro, almaceno fantasmas como nubes, halos en vez de bienes, borras que se combinan en nostálgicos puertos, en ciudades flotantes que amenazan volver, en jardines que huelen a la loca memoria del paraíso prometido.
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¡Ah, perfumes letárgicos, emanaciones de lluvias y de cuerpos, vahos que se deslizan como un lazo de asfixia en torno a la garganta de mi porvenir!
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Una alquimia volátil se hacina poco a poco en los resquicios, evapora las duras condensaciones de los años, y me excava y me sofoca y me respira en grandes transparencias que son la forma exangüe de mi última armazón.
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Y aunque aún continúe la mutua transfusión con todo el universo, sé que "allí, en ese sitio, en el oscuro musgo soy mortal, y en mis sueños husmea interminablemente un hocico de bestia", un hocico implacable que me extrae el aliento hasta el olor final.


Num. 13 de Museo salvaje (1974)

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