miércoles, mayo 24, 2006

Detrás del sueño

a Raquel Lartigue



Tal vez sean los vientos, que silenciosos cruzan los sitios donde amamos,
quienes van recogiendo nuestras mismas imágenes de antaño
-¡tanta sombra que aún nos sobrevive!-
para poblar los sueños.
.
Incansable paciencia es la del viento
llorando inútilmente un olvido imposible hasta la eternidad.
.
Tú lo habrás sorpresndido alguna vez entre las nieblas de una descolorida medianoche,
y te habrás detenido junto a tus propios rostros
lo mismo que delante de un espejo que las continuas lluvias empañaron
y desde el cual una velada niña saluda alegremente su juventud sombría y cruel.
.
Estaría también la escalera ruinosa,
vencida, como un puente que ha cruzado la dicha
y que vacila ya, irremediablemente, al eco de unos pasos;
y allí, sobre los muros,
el ángel del candor despertaría los antiguos retratos,
las ventanas abiertas a otro reino,
los penosos colores que no fueron un instante de luz tranquila sobre el mundo,
sino un largo misterio que sabías
porque habías sufrido también, palideciendo, el corazón secreto de las cosas;
y un olor a humedad, a leyenda anterior al tiempo conocido,
acercaría a tí la sombra de un musgo como un pausado amor.
.
Todo esto es lo que el viento ha podido guardar de una estación herida hasta las lágrimas:
dos desaparecidos que repiten aún, unidos como entonces,
una misma señal amante del recuerdo y de la lejanía,
un oscuro recinto, un rincón sepultado,
donde la soledad y la tiniebla se persiguen.
.
Escucha.
No es el rumor creciente de la sangre que sostiene los cuerpos deseos tras deseos.
Es el humilde roce del polvo sobre el polvo.
No penetrar allí.
Bastará solamente que levantes los ojos desde el llanto
y esa tierna ceniza, esa piedad de un pasajero tiempo logrado duramente,
se habrá desmoronado lo mismo que una rama bajo el peso de su último huésped.

Doliente sopla el viento alrededor del sueño.
Son las manos del alba, claras y despiadadas, que lo van conduciendo hacia otro cielo.
Una densa marea liviana como el aire nos descubre la piel
y un lugar conocido, indiferente a la remota nube que recién habitamos,
nos reconquista a un día entre otros días,
a un resplandor fugaz sobre la tierra.
.
Mientras tanto tú y yo,
extraña compañera de los mismos designios,
sabremos que una hoja vivida desde dentro alguna vez
y que reposa intacta, lejos del huracán y de las luchas desnudas del invierno,
será el único siempre que habremos conocido,
aquí, donde terminan los venturosos sueños.



Num. 13 de Desde lejos (1946)

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