lunes, mayo 22, 2006

"1889" (Una casa que fue)

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Implacables cayeron,
como golpes de tempestad sobre ávidos desiertos,
aquellos duros vientos, aquellas graves lluvias,
que ascendieron pacientes las paredes,
dejando esos ramajes de quejumbrosas grietas,
esas lágrimas días y días detenidas y continuadas siempre,esos hijos del tiempo.
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Ahora está sumida en un nivel más hondo que el del sueño.
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Sólo quedan en pie las mudas escaleras que ascienden y descienden prolongando el corredor desierto,
los pálidos vestigios de los recintos desaparecidos
cuyas lápidas yacen al amparo piadoso de otros muros.
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(Así cargan los hombres, sin saberlo,
con el peso ignorado de otra vida que se apoya en la suya.)
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No hay castigo posible.
Ya nada teme al sol ni a las miradas,
aunque un destino humano esté labrado allí como en tablas de ley
y todo exista aún por fuerza poderosa de la ausencia.
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Aún sabemos el sitio donde la infancia puso guirnaldas de fugaces mariposas,
más duraderas que los yertos nombres,
el preciso lugar donde el amor repitió una vez más,
entre murientes flores, sus mágicas endechas,
y el rincón angustioso donde una misma mano dibujó en largas sombrastoda la soledad,
el cansado letargo de la sangre.
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Aún contemplan su mundo, no más antes que ahora,
esos antepasados de presentidos seres que se fueron;
y aún reinan transparentes, entre fieles despojos,
desde las claras huellas que dejaron sus lánguidos retratos,
y que son, en nosotros, como aquellos recuerdos demasiado constantes
que lentos, al vivir, empalidecen una región del alma.
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Pronto habrá de caer hasta la fecha que aguardó tenazmente
el ropaje de polvo que recubre a la casa agonizante;
pues ese año del cual quedaron prisioneros tantos y tantos años,
no fue ni desafío ni memoria de un tiempo,
fue lejana advertencia de que toda constancia es derribada por mandato de tierra,
por razón inviolable de la muerte.




Num. 12 de Desde lejos (1946)

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