sábado, mayo 24, 2008

Continente vampiro

No acerté con los pies sobre las huellas de mi ángel guardián.
Yo, que tenía tan bellos ojos en mi estación temprana,
no he sabido esquivar este despeñadero del destino que camina conigo,
que se viste de luz a costa de mi desnudez y de sus duelos
y que extiende su reino a fuerza de usurpaciones y rapiñas.

Es como un foso en marcha
al acecho de un paso en el vacío,
unas fauces que absorven esas escasas gotas de licor que dispensan los dioses,
un maldito anfiteatro en el que el viento aspira el porvenir de la heroína
y lo arroja a los leones
-su oro resonando al caer, grada a grada, con sonido de muerte,
como suena el recuento al revés de toda gracia-.

Pegado a mis talones,
adherido a mis días como un cáncer a la urdidumbre del tiempo,
tan fiel como el país natal o el sedimento ciego de mi herencia,
no sólo se apodera de mis más denodadas, inseparables posesiones,
sino que se adelanta con su sombra veloz al vuelo de mi mano
y hasta se precipita contra el cristal azul que refleja el comienzo de un deseo.

A veces, muchas veces,
me acorrala contra el fondo de la noche cerrada, inapelable,
y despliega su cola, su abanico fastuoso como el rayo de un faro,
y exhibe uno por uno sus tesoros
-pedrerías hirientes a la luz de mis lágrimas-:
la casa dibujada con una tiza blanca en todos los paraísos prometidos;
los duendes con sombreros de paja disipando la niebla en el jardín;
pedazos de inocencia para armar algún día su radiante cadáver;
mi abuela y Berenice en los altos desvanes de las aventuras infantiles;
mis padres, mis amigos, mis hermanos, brillando como lámparas en el túnel de las alamedad;
vitrales de los grandes amores arrancados a la catedral de la esperanza;
ropajes de la dicha doblados para otra vez en el arcón sin fondo;
las barajas del triunfo entresacadas de unos naipes marcados;
y piedras prodigiosas, estampas iluminadas y ciudades como luciérnagas del bosque,
todo, todo, sobre una red de telarañas rojas
que son en realidad caminos que se cruzan con las venas cortadas.

No hablo aquí de ganancias y de pérdidas,
de victorias fortuitas y derrotas.
No he venido a llorar con agónicos llantos mi desdicha,
mi balance de polvo,
sino a afirmar la sede de la negación:
esta vieja cantera de codicias,
este inmenso ventisquero vampiro que se viste de luces con mi duelo.

Y yo como una proa de navío pirata,
península raída llevando un continente de saqueos.


Num. 13 de Mutaciones de la realidad (1979)

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