sábado, marzo 22, 2008

Traslación del sueño

.
Venían a buscarme,
ellos,
los emisarios de la ciudad que graznan en las tinieblas
y acecha con los ojos encendidos las fisuras del alma.
Venían en sus altos carruajes enlutados desde el fondo del viaje,
más fatales que un túnel, que ayer o que la noche,
y huí como durmiendo por la cabellera del sueño en el jardín.
Me devoró la tierra,
me filtró entre sus napas,
me asestó, en sus urdidumbres lo mismo que a un puñal en las ávidas aguas.
Yo era como una estatua, pálidad entre las pálidas raíces,
incrustada en un bloque de mansedumbre ciega,
y no entendía el trueno secreto, ni los bulbos,
ni la respiración inmensa,
ni aquellos organismos afanosos como un hervor de insector en el panal de la penumbra.
A veces los espíritus menudos me llaman la reina o la extranjera.
A veces me confundían con un trozo de paisaje cautivo,
o una nube atrapada,
o una constelación oculta en la memoria de la idolatría.
No tenían otro cielo que un reverso de ausencias entre remotas ruedas,
y ningún despertar,
como no fueran unos pasos insomnes sobre el escalofrío de la hierba.
¿Velaban todavía mis perseguidores sus inútiles armas?
¿Y para quién entonces esta inerme victoria,
el precario trofeo invulnerable, sin porvenir y sin sentido?
Yo quería morir a plena muerte,
con un sol que se apaga y un cielo que se desliza o que se alcanza.
Trataba de ascender por la frágil nostalgia de las flores
remontando las lluvias palmo a palmo.
Pero estaba engarzada por los siglos en un espejo inmóvil:
el jardín me soñaba.
.
.
Num. 8 de Mutaciones de la realidad (1979)

No hay comentarios: