sábado, agosto 25, 2007

Cantos a Berenice - VIII

¿Y qué viniste a ser en esta arca impar
donde también «conmigo mi raza se termina»?
Tú, tan semejante a la naturaleza en su inminente salto
replegado en la jungla del instinto.
¿La gata de las mieses,
cautiva entre las ruedas del oscuro solsticio
que muelen hasta el último espíritu del grano?
¿La Perséfona estéril,
arrebatada por la huida del sol a los negros recintos
donde el polvo tapia las puertas y traba los cerrojos?
Si ese fue tu reverso,
¿por qué no te arrojaste de cara a los tejados de la primavera?
No hubo ninguna antorcha de rescate por ti,
ni chispas que propiciaran tu división en la progenie.
Jugaste en una vez, con los dados en blanco,
el principio y el fin de tu aventura.
Ganaste a mala luna el gato mutilado
que se pudrió al caer, noche tras noche, por el desagüe de tu sueño,
y te quedaste a solas, sin saber, en el alba del celo
-el enjambre furioso, la vibración que atruena-,
interrogando en vano a un hueso ambiguo,
a una indescifrable cabeza de pescado,
a un hermético claustro de semillas,
por si en ellos estaban el aguijón y la respuesta,
por si acaso sabían.


Num. 8 de Cantos a Berenice (1977)

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