jueves, septiembre 07, 2006

Lugar de residencia

Universo minúsculo,
desplegable al tamaño de tu dios.
Te pareces a un puño de cazador que exprime hasta la sombra de su presa,
o quizás a la bolsa del avaro repleta de monedas sin comunión y sin destino.
Ni crueldad, ni riquezas.
Es a ti a quien apuntan y no tienes más oro que la borra de alguna alucinada primavera.
Entonces tal vez seas, lo mismo que en los cuentos,
el corazón de alguien que está lejos y debo custodiar como el dragón,
lo mismo que en los cuentos,
para que nada puedan la espada ni el veneno contra las orfandades de su dueño.
Sí, si. Sepultado de un tajo en lo más hondo de la selva nocturna,
debajo de unas aguas que se entreabren al soplo del amor
y se cierran de golpe al roce de la piedra,
así estás, como un pájaro en exilio, en la jaula del pecho.
¿Y el corazón de quién?,
grito hasta el tiempo todo, vuelto columna helada hasta las nubes.
¿De quién sino de todas las remotas criaturas que prolongan tu credo, sin saber;
que exhiben una máscara, un número, una especie, lo mismo que un estigma de la separación?
¡Esa sangre dispersa e infranqueable, multiplicada en tantas divisiones!
¡Esos muros errantes, con sus puertas tapiadas y su consigna de olvidar!
¡Ese dialecto inútil para todo posible paraíso!
Y tú aquí, corazón, cerrado laberinto,
con tu monstruo interior como un rehén perdido,
arrojando tus hilos en una red que choca contra la misma costa,
recogiendo tan sólo tus pequeños guijarros –tu soledad insoluble-,
encendiendo fogatas invisibles a modo de señal detrás de estas murallas,
tu Jericó al revés, sin paz y sin reclamo.
¿Y el corazón de quién?,
pregunto en esta noche que pasa con sus velas fantasmas sobre el mundo.
¿De quién sino de quienes escarbaron en ti, con uñas y con plumas,
un lugar a su imagen y a si tan pasajera semejanza;
de quienes erigieron sus torres de cal viva junto al abismo y sobre la corriente
para oficiar la luz y las tinieblas?
¡Fundaciones insomnes, que vagan todavía con sus ojos de fiebre por todos los rincones!
¡Ceremonias sonámbulas en las que aún se exhuman reliquias y cuchillos sepultados en las arcas de todas las alianzas!
¡Tatuajes e inscripciones como esas llagas pálidas que deja el desarraigo!
Y tú aquí, corazón, residencia hechizada,
con tu guardián demente y sin relevo,
convocando con tu oscuro tambor las procesiones de vivos y de muertos,
vistiendo a los desnudos con corona de rey,
transformando tu confuso inventario en un oleaje donde naufraga la cabeza,
distribuyendo un filtro que absorve la distancia y acrecienta la sed de todo lo imposible
hasta perder la piel y acampar en el alma.
¡Y estos cielos que crecen y se alejan en rojo o en azul,
en teror o en delirio,
debajo de tu estruendo, debajo de tu rayo!
Sí, tú, corazón, talismán de catástrofes,
posado en este yo como el vampiro de todo el porvenir,
siempre a punto de abrir y de cerrar y arrojarme hacia fuera en cada tumbo,
en cada contracción con que me aferras y me precipitas
entre salto y caída.



Num. 4 de Museo salvaje (1974)

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