sábado, julio 22, 2006

Habitación cerrada

No hay crespones.
Ni carteles que digan que se han ido como todos los días.
Pero la hierba muda en el umbral ¿no te recuerda nada?
¿No te recuerda acaso a la sonámbula que vela en los espejos
para que nada invada nada?
¿No eres acaso tú vista del otro lado,
tú, con tus ojos de mirar más lejos?
La que aprendió el terror en los signos del humo,
o la que abrió una estría en el tabique de los sueños ajenos para verse morir,
puede decirte ahora si se han muerto o si yacen dormidos.
¡Has visto tantas veces cruzar sobre la fase más triste de la luna
el semblante de aquellos que ya estaban muy altos!
¿Cómo no has de poder desentrañar entonces lo último que fuiste tras la última puerta del amor,
aunque tu llave sea ya como una antorcha debajo de las aguas?
“Si.
Ella se convirtió en cera transparente.
Pero allí en el costado de la condenación
su pecho se ha fundido en una flor abierta contra un cristal de invernadero.
Él se quedó envuelto en hielo.
Pero allí en el costado de los remordimientos
los días sin vivir se abren como la onda de la piedra en el lago.
No sé si hay que llorar.
Ambos están tendidos en su abrazo de adiós
arrebatado para siempre a los mármoles del cielo
y a las losas sangrientas del infierno.”
Es una hermosa historia para noches de escarcha, junto al fuego,
cuando en cada mirada se humedece la cinta de las degollaciones.
(Oh, sí, los crímenes del amor,
los inmolados de hoy por la fe de mañana.)
Mas no están muertos, no.
¿No alcanzas a escuchar el susurro de cada promesa, de cada abandono,
como un cordaje tenso sumergido en la almohada?
O acaso sea el roce de un ala de nostalgia contra la urdidumbre de la noche.
O tal vez simplemente el zumbido del tiempo tatuando la esperanza sobre el corazón.
Lo cierto es que algo vibra,
algo palpita allí entre labios de piedra
que no fueron cerrados para guardar el canto de la sangre cernida por el polvo,
sino un rumor que sólo reconocen los que deben volver:
el desvarío del porvenir en la garganta del pasado.
Tú, la deshabitada,
¿no oyes que resuena dentro de ti lo mismo que el llamado en la casa vacía?

Él lo estará escuchando dondequiera que esté.



Num. 15 de Los juegos peligrosos (1962)

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