sábado, mayo 20, 2006

Su juventud y el primer libro, "Desde lejos" (1946)

El padre de Olga Orozco tenía 25 años cuando llegó a la Argentina, procedente de Capo d'Orlando (Italia), “como de paseo” (aunque al parecer hubo otros motivos ocultos: dejó un hijo sin reconocer en su país), instalandose en la Gobernación de la Pampa, donde hizo fortuna con la explotación de bosques y otros recursos agropecuarios (sus tierras llegaron a sumar 27.500 hectáreas). Carmelo Gugliotta, que ése era su nombre, fue concejal en Toay entre 1903 y 1913, donde vivía con su esposa Cecilia Orozco, una argentina de la Provincia de San Luis con la que tuvo varios hijos (los tres primeros fueron Emilio, Maria de las Nieves y Laura; la cuarta y última fue Olga Nilda, la pequeña Lia de relatos posteriores). La protagonista de nuestra historia nació en Toay (La Pampa), el 17 de marzo de 1920, en una casa en medio de la llanura, custodiada por tamariscos y donde pronto llegaría también la luz eléctrica. Así se lo contaba a Jacobo Sefamí:
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“Por el lado de mi madre, yo desciendo de vascos y de irlandeses. Por el lado de mi padre, de sicilianos que, se suponía, descendían de normandos. Esto da un conjunto bastante explosivo. Es importante, sobre todo por el lado de mi abuela materna, porque ella tenía una concepción bastante mágica, bastante animista del mundo, que sin duda venía de sus antepasados celtas”
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Allí transcurrieron los primeros ocho años de la vida de Olga (que más adelante adoptaría el apellido literario de su madre), contra el telon de fondo de la presencia dominante de la abuela materna (“me contaba diariamente un cuento fantástico, con hadas, con duendes, con demonios; con terrores y con salvaciones; todas milagrosas, por supuesto”). Ocho años inolvidables y felices que marcaron toda su vida, ligados a la música (estuvo aprendiendo a tocar el violín) y a la casa y el jardín familiar, una extensa quinta al estilo criollo que ocupaba una manzana, el primer microcosmos mágico de nuestra escritora:

"Las casas en sí mismas son importantes en mis poemas. Tal vez porque me mudé varias veces. Hace un tiempo hice el cálculo de la cantidad de casas en las que he vivido y fueron veintitantas. Y en todas busqué mi primera casa".
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La única desgracia familiar, dejando aparte el monumental susto de Olga agonizando con un año de vida a causa de un principio de poliomielitis o una meningitis, fue la desgraciada muerte de su hermano Emilio (Alejandro, en los relatos) a causa de la tuberculosis, con apenas 20 años, en 1926. A él está dedicado el sentido poema, “Para Emilio, en su cielo”.
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En 1928 la familia se trasladó a Bahía Blanca, en la Provincia de Buenos Aires, donde viviría hasta los 16 años, momento en que la familia se traslada a la capital. Primeras lecturas de los rusos (Tolstoi, Dostoievski), de los místicos y los grandes poetas españoles del Siglo de Oro (Garcilaso, Quevedo, San Juan de la Cruz, Santa Teresa) y de los franceses (Rimbaud, Baudelaire, Nerval). La biblioteca de los padres en Bahia Blanca y en Toay era relativamente importante (con presencia de muchos clásicos italianos, como Dante y Leopardi). Y por supuesto, la Biblia (especialmente el Libro de Isaías y los Profetas) . Recuerda que desde los doce años ya escribía poemas (“el primero era algo que se refería a un jardín en otoño a una caída de pétalos, un tema vago, simplemente la escritura de una niña..., recuerdo un clima”); a los quince años, su madre le entregó varios de estos escritos adolescentes, pero Olga los quemó poco antes de marchar a Buenos Aires..., algo de lo que después se arrepentiría.
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En Buenos Aires, tras recibirse como maestra, Olga ingresa en la Facultad de Filosofía y Letras. Allí, al tiempo que se empieza a dedicar más seriamente en la poesía, traba amistad con Daniel Devoto, Alberto Girri y Eduardo Bosco (que se suicidó muy joven, en 1943; precisamente a él va dedicado el primer libro, Desde lejos y, en concreto, el poema “Cuando alguien se nos muere”). Su primer poema lo publica en Péñola, la revista del centro de estudiantes de la Facultad: sólo se conserva el título, “Arbol de niebla”. Mientras estudiaba también conoció a Julio Cortázar:
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“Lo conocí cuando éramos muy jóvenes -él era unos cuantos años mayor que yo-, por Daniel Devoto que era amigo mio, Estabamos en la facultad, y un día fuimos a tomar un té al “Richmond Avenida” y estaba Julio y se sentó con nosotros a conversar y así nos seguimos viendo muchas veces; después cada vez que iba a Paris lo veía, como también cada vez que él venía a Buenos Aires. Era un ser muy extraño, bastante tímido -contra todo lo que pueda pensarse -y muy tierno y muy dulce, muy buen amigo y buen consejero, era una persona llena de encanto realmente. Ahora, era muy extraño fisicamente Después con el tiempo cuando empezó a madurar casi mejoró; cuando era muy joven tenía unas piernas desmesuradamente largas en relación con el resto del cuerpo y cuando tenía 25 años parecía de 16, esa proporción la siguió teniendo casi hasta los 50..., parecía de 30.”
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Hacia 1938 empezó a trabajar como periodista (¡más adelante hará incluso los consultorios sentimentales y astrológicos!), al tiempo que colaboraba en algunas de las revistas más emblemáticas de la época, “Canto” y “Verde memoria”. Dirigió también otras publicaciones literarias y se puede decir que perteneció, junto a Oliverio Girondo y Norah Lange, a la generación surrealista denominada Tercera Vanguardia, una suerte de “especialización” neo-romántica de la llamada Generación del Cuarenta, dominada por la influencia de San Juan de la Cruz, Rimbaud, Nerval, Baudelaire, Milosz y Rilke.
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“Desde los quince años asistí a esas reuniones literarias en Buenos Aires. Nos reuníamos para tramar una revista y, sobre todo, para acostar la noche. Nos disolvíamos al alba y permanentemente hablábamos de poesía y poética de manera muy sabia y especialmente muy errada, poniéndole el San Benito a grandes escritores, como a Lugones, cosa de la que nos fuimos arrepintiendo poco a poco. Hicimos una revista que nos había aglutinado, se llamaba “Canto” y el nombre se quedó como una forma de llamarnos: la Generación de Canto. Eramos muy dispares. Unos procedían de la literatura francesa, otros de la inglesa, otros de la alemana y otros incluso del ultraísmo. Nuestras edades eran muy distintas y yo era la menor. Vicente Barbieri, por ejemplo, tenía cuarenta años, Castañeira de Dios tenía diecinueve y había otros poetas que después fueron muy reconocidos, como Enrique Molina”
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De la importancia de Girondo durante esos primeros años de su carrera poética nos cuenta la propia Olga lo siguiente:
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“Instituyó el Premio “Martin Fierro”, y todo el grupo Martin Fierro fue importantísimo para la gente jóven: el primero que lo sacó fue Wilcock, el segundo Enrique Molina, la tercera María Granata..., y cuando lo conocí a Girondo, yo estaba de novia con Miguel Angel, que era amigo de él; nos encontramos a comer con otro grupo y Oliverio comía polenta con pajaritos. Yo era muy emotiva y Oliverio tenía unos modales muy mezclados: de gran caballero hidalgo y un poco de algo de troglodita. Entonces yo oía el ruido de los pajaritos que masticaba, y eso me impresionó tanto que se me empezaron a caer las lágrimas. Entonces él tiró el plato y dijo : "No se puede comer cuando una ninfa llora". Sacó un papel y me dijo: "Escribile algo a Norah que no pudo venir esta noche, escribile algo porque se van a hacer muy amigas...". Le escribí una carta a Norah, que me llamó al día siguiente y me invitó a tomar una copa con ellos a su casa..., y bueno desde allí nos hicimos amigos para siempre, con Norah”.
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Con aquel Miguel Angel Gómez se casó Olga muy joven, cuando tenía 19 años, pero el matrimonio duró solamente cinco años, hasta 1944. Ese es el año en que conoce a Alejandra Pizarnik, a la que le uniría una amistad que duró hasta el suicidio de ésta:
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“Alejandra era mucho menor que yo..., la conocí cuando tendría 34 años y ella 18, en un bar que se llamaba "La Fantasma". Ella se acercó para preguntarme si yo era yo, y darme unos poemas que tenía y que correspondían al primer libro que publicó después, un libro que ella misma hizo desaparecer. Lo retiró de todas las personas a quien se lo había dado, no estaba de acuerdo con ese libro. Era un ser muy especial Alejandra, si estaba en una reunión trataba de ser un poco el centro, de ser brillante, conversadora, alegre, pero cuando se quedaba con las personas que tenía mucha confianza se desmoronaba. Era muy angustiada, era agónica casi por naturaleza. Sumamente angustiada. A mi me pedía certificados, cuando se sentía muy mal me llamaba por teléfono a cualquier hora. Entonces yo le daba certificados que decían por ejemplo "Yo, Gran Sibila del Reino, certifico que a Alejandra Pizarnik no se le cruzará ninguna mala sombra, ningún pájaro negro se posará sobre su hombro, a su paso se abrirán todos los caminos luminosos...". Eso le duraba unos días, después me decía: "Bueno ya se me gastó, por favor, hazme otros."
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Olga Orozco publica, con 36 años, su primer libro de poemas: Desde lejos (Buenos Aires, Editorial Losada; 1946), que había empezado a escribir en 1941. Nunca fue una autora prolífica (apenas 200 poemas componen toda su producción), pero esta obra inicial se escribió muy lentamente, “con muchas exigencias personales”, como confesó a Myriam Moscona. Es un libro que contiene a los demás y donde se esbozan la mayoría de los asuntos que entonces (y durante toda su vida) le inquietarían; está aquí expuesta ya su actitud poética básica, que "transforma y trastueca los elementos tangibles de la realidad para generar una metamorfosis que produce mundos y signos en el ámbito de lo posible" (E. Torres de Peralta).
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“Fue el tiempo en que empezaron a llegar los refugiados españoles, Alberti, por ejemplo, con su mujer María Teresa. Había aparecido “Canto”, revistita de ocho páginas, y se había organizado un coctel para celebrar su segundo número. Alberti se fue a un costado y después de leerla dijo: “Los mejores poetas son estos dos'”, y nos señaló a Enrique Molina y a mí; entonces don Gonzalo Losada, allí presente, me miró y me dijo: “Tu primer libro lo publico yo'”. Cuando estuvo listo se lo llevé. Losada era un verdadero amante de la poesía, se interesaba muy poco en que la editorial fuera un comercio. Cada libro de poesía que a él le interesaba se convertía en una flor para su ojal. Después publicó mi segundo, tercer y cuarto libros. De modo que tuve la fortuna de no hacer antesalas para publicar, cosa que lamentablemente es un hecho bastante extraordinario.”
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Desde lejos es un libro de poemas que intenta superar el surrealismo abrazándolo más fuerte, que en ningún momento pierde de vista los temas y territorios explorados por su autora –real o imaginariamente- durante la infancia: oscuridad, ausencias, abismos, memoria, soledad.... Olga siempre parece estar hablandole directamente a Dios, como en sueños, mezclada con las hadas, frente a una naturaleza tan problemática como inquietante y misteriosa. Aunque no se alude directamente a ello en los poemas, no hay que olvidar tampoco el "momento" político nacional y mundial de la publicación, con la II Guerra Mundial echando las boqueadas, en pleno auge del peronismo. De este primer libro dice Manuel Ruano muy certeramente :
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“Definitivamente no es el libro de la infancia. Tampoco del despertar. Más bien, pienso, es el libro de un peregrinaje interior . A los 14 años en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, Olga fue una enigmática discípula en ocultismo de una sombrerera italiana llamada Teresa, quien le enseñó todo lo que pudo acerca de sus misteriosas artes, depositando en ella su fe y conocimientos, entre otras cosas, del tarot. Así que desde muy niña, aprendió el lenguaje misterioso de los arcanos mayores y menores y las relaciones, por ejemplo, que hay entre una reina, un paje y un bufón, en una disposición de cartas. Ella era capaz de “leer”, literalmente hablando, una casa, un jardín o los registros de la memoria de sus difuntos. Eso es parte de una realidad que tiene que ver con los recuerdos de su infancia. También supo del lenguaje de los vientos, las arenas, los cardos, las hojas secas y los médanos que cambiaban de lugar con aquellos vientos de su niñez. Es muy posible que esas huellas de su memoria, ejercieran una nítida acuarela de fantasmas y de recuerdos en sus primeros poemas. Cuando escribe este libro tiene 26 años y ya es dueña de un lenguaje poético milagroso para la lírica argentina. En una palabra, toda la poesía de Olga mantiene un eje a través de los tiempos, donde articula los instantes que va fijando de aquel pasado y aquellas sensaciones, que ella misma fue descubriendo entre la poesía y la magia. De tantas charlas que mantuve con ella, recuerdo aquello de “construyo mis poemas para habitarlos, para vivir en ellos”. (...)
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La unidad de reinos creativos en su poesía inicial es total : los planos de lo vegetal, lo animal y lo mineral se entremezclan en una suerte de panteísmo gnóstico de hondas resonancias míticas, casi agónicas (tierra, humo, ríos, sueños, gestos...). Estos poemas iniciales, como casi toda su producción posterior, nos hablan de una poesia rebelde, mutilada..., en suma, de un drama humano originalísimo y a la vez coherente, perfecto (ya maduro, también podría decirse). Dentro de su generación, la de los Cuarenta, Olga Orozco es única e inconfundible ya desde el primer momento, no se deja encasillar de forma clara en las diferentes sensibilidades estéticas del momento, se escapa. Era algo tan evidente que ya lo vieron incluso sus propios compañeros y lo dice magistralmente Manuel Ruano, que conoce bien su obra:
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“La suya es, no podría dejar de ser, “una escritura de la ensoñación”, como se desprende de su lenguaje poético —más que surrealista, surrealizante y hasta neo-fantástico en todas sus manifestaciones. No se la puede clasificar en el surrealismo ortodoxo, a la manera de Aldo Pellegrini, Porchia o Enrique Molina, para poner unos casos. Se cuidaba bien de tal distinción. “Con el surrealismo lo único que tenía en común, era una actitud hacia la vida y, a lo mejor, una cercanía de algunas imágenes oníricas: Nunca he hecho asociación libre ni escritura automática. Si lo hiciera, es posible que desembocara no en el poema sino en la plegaria”, dijo Olga en una ocasión”.
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El libro consta de un total de 22 poemas de extensión variada (77 versos el más largo, 20 el más corto), cuyos títulos son los siguientes: “Lejos, desde mi colina” (1), “Quienes rondan la niebla” (2), “La abuela” (3), “Un pueblo en las cornisas” (4), “Para Emilio en su cielo” (5), “Esos pequeños seres” (6), “Las puertas” (7), “Un rostro en el otoño” (8), “Después de los días” (9), “Flores para una estatua” (10), “Donde corre la arena dentro del corazón” (11), “1889 -Una casa que fue-” (12), “Detrás del sueño” (13), “Mientras muere la dicha” (14), “El retrato de la ausente” (15), “Entonces, cuando el amor” (16), “A solas con la tierra” (17), “La casa” (18), “Cabalgata del tiempo” (19), “Cuando alguien se nos muere” (20), “La desconocida” (21) y “Cortejo hacia una sombra” (22).
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En todos ellos detectamos (a veces ya en el título) esa fijación orgánica de Olga Orozco por el viaje interior y la invención de un mundo lírico que explora su infancia, lejana y a la vez presente: el paisaje de arenas y soledades, los muertos familiares, los primeros asombros vitales, la costumbre y la casa querida, tantos miedos, presagios y adivinaciones. La metáfora simbólica de la muerte (representada en las puertas, por ejemplo) es, quizás, el rasgo distintivo más sobresaliente de este su primer libro, que encontrará su continuación (aunque en un plano estético sensiblemente distinto) en el que sigue, Las muertes. En declaraciones a Jacobo Sefamí, que le preguntaba por su carácter unitario, dice Olga:
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“Es un libro que se va enriqueciendo en cuanto al lenguaje, en cuento a una mayor profundización en un tema o en otro. Pero siempre apunto a un mismo centro. Evidentemente, un centro en el que no acertaré jamás. Cada poema es una frustración; vale en el momento del acto creador, pero el resultado en sí es como una sombra, un mapa opaco de un territorio de fuego que atravesé. Pero sí, creo que los temas están insinuados desde el comienzo. Creo que en ese primer libro se habla de un éxodo. Eso que tiene un sentido anecdótico, de paso, toma sin embargo un sentido simbólico: el desfile de las pérdidas que vendrán después, lo que se va acumulando en otra parte”.
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No hace falta decir que, actualmente, esta primera obra ha desaparecido de las librerías (aunque pueden hallarse algunos de sus poemas en recopilaciones posteriores de la autora). Para quien esto escribe, por tanto, es una obligación y un placer ponerlos a disposición de todos Vds. : a continuación, y para gozo general de sus admiradores, pueden leerse los 22 poemas iniciales de Olga Orozco, por gentileza de la casa. Que les aproveche.
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1 comentario:

graciela dijo...

Me pareció excelente, nutrida y a la vez escrita de una forma amena. Vida y obra de Olga Orozco se fusionan en sus lecturas, su grupo de amistades poéticas....Felicitaciones