domingo, septiembre 21, 2008

Surgen de las paredes

Enmascarado días y días por las mareas de la luz,
surge a veces de pronto desde el fondo de una pared cualquiera
ese reino de sombras al acecho que va y viene conmigo.
Entonces,
como si rebalsaran la memoria,
como si fueran parte de un tapiz ya colmado que se rehace indefinidamente,
aparecen imágenes inacabadas, fulgores imprecisos,
cuadros que se asemejan a un muestrario de nubes
o al juego de las figuras emboscadas en el dibujo del follaje:
¿dónde se esconde el príncipe?, ¿dónde se oculta el ogro?,
¿y cuál es el buen camino para llegar o para huir?

Se abre por un instante la trama entretejida por el humo y el brillo del abismo.
Llegan rostros que fueron siempre y nunca en las olas más altas del amor,
ciudades inextinguibles donde el tiempo era un pájaro en llamas,
calles que atravesaban las murallas del mundo,
aposentos de fiesta como el corazón radiante de una estrella,
piedras tatuadas para recordar.
Sin embargo hay errores como puertas cerradas entre la espesura.

Pero cambian los vientos.
Una mano ignorante desplaza los contornos
o un reguero de alcohol se inflama devorando los paraísos prometidos,
y un rostro es otro rostro,
una ciudad leprosa se aproxima envuelta en los harapos del destierro,
los caminos se cierran con aire de saqueadores de jardines,
los interiores corren los paños tenebrosos de las profanaciones,
cada cielo es un ángel caído en un rincón.
Sin embargo hay una lámpara errónea en la espesura.
Que se transforme esta visión,
que se hunda nuevamente en la pared hasta las fundiciones del olvido.
Ahora se abren paso inenarrables geometrías,
restos de construcciones inauditas como un apocalipsis,
fragmentos de naufragios oscuros erigidos en una Babel de hierro,
enigmas como desiertos blancos a la espera de una palabra que se inscriba.
¿Dónde estaba el castillo?, ¿dónde la casa de la bruja?
Es como si se hubieran mezclado los mosaicos,
excavado las faltas, multiplicado las equivocaciones.
Y no veo el modelo para encontrar la clave que complete el sentido de mi vida
-acaso una escalera en el vacío, acaso un talismán que se perdió-.

Ah, si pudiera separar otra vez la luz y las tinieblas,
seguir hasta el final los hilos invisibles como en los acertijos infantiles,
tal vez conseguiría dos diseños perfectos, dos bellos laberintos.
Así antaño pintaba Lorenzetti sus dos frescos en dos muros de Siena
con las tintas de “El buen y el mal gobierno”.
Uno se consumió en su fuego sombrío.
Queda intacto el que absorbió la claridad hasta que Dios se cumpla
y las paredes se abran
y los tiempos no hablen.
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Num. 4 de La noche a la deriva (1984)

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